jueves, 25 de septiembre de 2014

Sin título

- Es precisamente lo que trato de decir- enfatizó ella mientras buscaba en los ojos de su interlocutor la aprobación que su conciencia le negaba. El otro detuvo la vista en el fondo de esa botella, ya vacía de pretextos para evitar un silencio incómodo. Antes de ser pronunciadas, las palabras se ahogaban en gestos sutiles, suplicando a gritos ser escuchadas. Dos gargantas carburaban sus motores con alcohol, en una carrera contra el temor a no saber qué decir. A no saber pecar de interesante.

A diferencia de una boca o un par de ojos, incluso de una nariz o un bigote, una oreja no tiene expresión. Sólo sabe estar ahí, aceptándolo o ignorándolo todo sin poder asentir o quejarse. Recordando ecos de conversaciones que sí valieron la pena y preguntándose por qué sólo lo supo al cabo de tanto tiempo.