Un hombre prefigura su destino. Ha sido advertido por otros hombres e
informado por la Providencia, pero su inminencia no desemboca en el terror. Se
sabe elegido y sólo espera tener la fuerza necesaria cuando llegue el momento:
la plenitud de los tiempos. El inefable instante en el que representará el papel de todos los hombres y su sacrificio deliberado
los salvará.
Reúne a sus seguidores. Aquellos que persuadió a abandonar sus
barcos de pesca para tender sus redes a otros hombres.
Aquellos que ha amado y que han sido testigos de sus maravilas. Quiere que su
destino sea también anticipado por ellos, aunque nunca lleguen a
comprenderlo. Aunque Nadie pueda igualar la majestad de su valor. Él será el único capaz de soportar el peso de la divinidad y la tentación suprema
que, de otro modo, los aniquilaría a todos. El dolor con el que la Providencia corresponde a nuestra debilidad.
Sabe que muchas voces lo traspasarán como clavos e intentarán hacerlo
desistir; voces que no podrá menos que amar. Sabe que, si permanece fiel a sí
mismo, será el único que haya resurgido victorioso después de enfrentar el abismo. Dirige una mirada compasiva a los suyos. Recuerda todo por cuanto han pasado. Su legado será el vertiginoso camino que una vez decidieron
emprender juntos, hace ya muchas lunas y leguas.
Una suave brisa le acaricia el rostro: entiende que su vida depende, como siempre, de la voluntad divina que lo ha traído a este preciso lugar e instante. Su corazón asiente. Ahora la salvación de los mortales depende de su decisión. Verdadero dios, verdadero hombre. Ávidos amanuenses relatarán su destino, tan imaginario como el de todos los hombres, pero escogido de entre ellos para ser dispersado por las lenguas, los vientos y los siglos. Para servir de consuelo en la hora final.
Una suave brisa le acaricia el rostro: entiende que su vida depende, como siempre, de la voluntad divina que lo ha traído a este preciso lugar e instante. Su corazón asiente. Ahora la salvación de los mortales depende de su decisión. Verdadero dios, verdadero hombre. Ávidos amanuenses relatarán su destino, tan imaginario como el de todos los hombres, pero escogido de entre ellos para ser dispersado por las lenguas, los vientos y los siglos. Para servir de consuelo en la hora final.
Ya asido al madero por las manos de aquellos a quienes amó, en medio de las tinieblas da testimonio de su gloria.
Y a ellas encomienda su espíritu.
ChD.
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