domingo, 28 de febrero de 2010

Check List



He visto a mis ídolos desmoronarse a mis pies de barro.

La lluvia antecedida y pervivida por la lluvia.

He visto cómo el tiempo lo corroe todo, excepto el tiempo mismo.

A él jamás lo he visto.

No he visto el hilo que me sostiene en manos de las parcas.

Los horrores que sólo quiero vislumbrar

Ni el hallazgo vindicador que debe preceder a todas las muertes.


Aún puedo verte en mi penumbra isomne

Con tus mejillas bermellón, como en la vez primera

Con tus ojos afilados que doblegan a los míos

como en nuestra hora postrera.


He visto la coherencia que engaña

La ira que silente lidera

El miedo que todo lo puede

La ciega ambición que redime

El amor que todo lo destruye


En el mejor de los mundos posibles,

No he visto nada todavía.

Ch.D

miércoles, 17 de febrero de 2010

"Maybe research can prevent further tragedies of this type"



La mañana soleada del 1 de Agosto de 1966, después de haber ultimado a su esposa y a la mujer que le dio a luz, Charles Whitman, de 25 años, se sentó en frente de su vieja máquina de escribir para redactar una nota final. La escribiría en pasado. Lamentaría haber emulado a su abusivo padre, a pesar de sus buenos propósitos. Diría que en verdad quería hacer feliz a Kathy; que su madre era la mejor del mundo. Que preferiría que ellas murieran antes de que conocieran el oprobio de lo que él iba a hacer. Diría que las amaba con todo el corazón. Que si hubiese un cielo, ellas tendrían que estar ahí.


Sin embargo, Había algo más. Un deseo y una filantropía:

"I imagine it appears that I brutally killed both of my loved ones. I was only trying to do a quick thorough job...If my life insurance policy is valid please pay off my debts...donate the rest anonymously to a mental health foundation. Maybe research can prevent further tragedies of this type".

Pidió que a su muerte su cerebro fuera examinado en autopsia, por si había alguna explicación a sus acciones, a sus pensamientos irracionales y a sus dolores de cabeza. Quiso donar el dinero que quedara en sus estados financieros a quien pudiese prevenir que otros tomasen el camino que él había elegido. Después subió a La Torre de Austin, sin más compañía que una radio de pilas y una decena de armas cargadas.

La ulterior autopsia reveló un glioblastoma en el perímetro de la amígdala.

¿Libre albebrío, no?

martes, 16 de febrero de 2010

A Whole Nutshell

Me apasiona descubrir que no soy libre.
¿No suena un poco gracioso al menos?
Sentir que la fuerza que mana de dentro no se distingue mucho de la que todo lo inunda allá afuera
y que la causa de mi pasión es sólo una más que escapa a mi arbitrio.
Como el reloj de Leibniz que escruta las horas del mundo sin ser tocado por él
o el retrato de Wilde, cuyo motivo es su prisionero y poseedor
sin que él pueda hacer nada para evitar que sea real.
Nada más que no mirarlo.

Refiere el Éxodo que nadie puede ver el rostro de El Inefable y seguir con vida.
Spinoza preconiza que un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte.
Si no ser libre y ver El Absoluto son la antinomia del estar vivo,
Quizás el hombre que se sabe huérfano del albedrío, tan requerido por el laberinto
de las causas y los cauces como el agua o la guerra, sea el único mortal auténtico.
El único dios posible. La única esencia sin nada que perder.
Nada más que la existencia.

Por eso he jurado buscar mi rostro en jornadas, experimentos, crepúsculos y tratados.
Para seguir siendo, necesariamente.

Ch.D


sábado, 13 de febrero de 2010

Go


Hoy, 9 de septiembre de 1978,
tuve en la palma de mi mano un pequeño disco
de los trescientos sesenta y uno que se requieren
para el juego astrológico del Go,
ese otro ajedrez de Oriente.
Es más antiguo que la más antigua escritura
y el tablero es un mapa del universo.
Sus variaciones negras y blancas
agotarán el tiempo;
en él pueden perderse los hombres
como en el amor o en el día.


Hoy, 9 de septiembre de 1978,
yo, que soy ignorante de tantas cosas,
sé que ignoro una más,
y agradezco a mis númenes
esta revelación de laberintos
que ya no exploraré...

Jorge Luis Borges Acevedo

" Me llamo Stanley Milgram y tengo mi quinto infarto"




¿Crees que un experimento no podría cambiar tu mundo?

Nadie sabía interpretar correctamente su experimento, lo que medía o predecía, ni qué importancia adjudicar a los resultados. ¿Era obediencia, confianza, disociación inducida por estrés u otra cosa? Nadie podía decir que era exactamente, pero todos tenían la sensación de que había algo de crucial en ellos. "En realidad-dice Lee Ross-el significado de sus experimentos, qué es es lo que revelan exactamente sore el ser humano, es un profundo misterio."

Entre tanto, paralelamente a las críticas metodológicas que llovían sin cesar, se conocía un fervor de diferente signo. Milgram publicó sus descubrimientos en 1963. En 1964, Diana Baumrind publicó en American Psychologist una diatriba ética contra Milgram: había engañado a sus voluntarios, había actuado sin el conocimiento ni el consentimiento de ellos y les había provocado un trauma. Un colega de Yale dio un soplo a la APA y la solicitud de admisión que Milgram había cursado fue retenida un año, mientras investigaba. "Entienda -me dice Lee Ross - eran los sesenta."-

Y lo estudiaron; sus colegas lo colocaron a la luz intensa de sus laboratorios y lo encontraron deficiente. Él se debatió y luchó. En las fiestas, la gente retrocedía impresionada cuando les decían quién era. Bruno Bettelheim, paradigma de la compasión, tildó de repugnante el trabajo de Milgram. Cuando llegó el momento de nombrarlo profesor numerario, se le negaron los pabellones de Ivy League en Yale y Harvard. "¿Quién iba a quererlo?-comenta la señora Milgram, su viuda-en aquella época se requería la aprobación unánime."

Todas las universidades lo rechazaron. Empezó a padecer dolencias cardíacas. No sus sujetos, sino él, Stanley Milgram. A los treinta y un años, lo contrató el City College de New York como profesor titular, un puesto nada despreciable para un hombre tan joven. Pero a los 38 ya había sufrido el primer infarto de miocardio de los cinco que sufriría. Sufrió muchas pérdidas: a edad temprana perdío a su padre, un hombre al que se parecía mucho, viendo como se desplomaba de un infarto fulminante a sus tempranos 60 años. Ahora perdía el prestigio de la titularidad de la Ivy League tras tantos ataques de años sobre las prácticas "inhumanas" su su laboratorio.

En 1984, a los cincuenta y un años, Milgram estaba escuchando la defensa de la tesis de un alumno suyo y de pronto sintió náuseas. Era una sensación familiar. "La asistente de su despacho era una auténtica activista-dice la señora Milgram-que no le hubiese dado un vaso de agua, si se lo hubiese pedido.

Y allí tuvo que quedarse él, sediento y con náuseas. Su buen amigo Irwin Katz lo acompañó a su casa en el metro; Milgram notaría sin duda el contraste entre el ritmo firme del tren y los coletazos erráticos de su corazón hambriento. En la estación lo recogió su mjuer y lo llevó directamente a la sala de urgencias. En ese momento, todavía andaba. Estaba pálido y le temblaban las manos. Se dirigió a la enfermera de la planta y sin más le dijo: "Me llamo Stanley Milgram y tengo my quinto infarto"; acto seguido, cayó de rodillas.

Se lo llevaron a otra sala, le rasgaron la camisa, le aplicaron la crema conductora, le apretaron los electrodos contra el pecho. Había que seguir adelante: El experimiento no había terminado.
Le administraron una descarga, después otra más alta, luego otra aún más alta. Hasta que algún facultativo, como antítesis natural de uno de sus sujetos experimentales, dijo: "Basta...se ha ido."


Harold Takooshian, antiguo alumno de Milgram y pofesor de la Universidad de Fordham, recuerda una carpeta con correspondencia que había en la mesa de Milgram: "Era una carpeta negra, grande, que contenía cientos de cartas de los sujetos; en muchísimas, los sujetos le decían que el experimento de la obediencia les había enseñado muchas cosas sobre la vida y cómo vivirla." Sujetos que habían increpado a Milgram y casi lo habían abofeteado apenas él les contó que todo era un simulacro para enfrentarlos a sí mismos. Ellos declaraban ahora que el experimento les había hecho replantearse su relación con la autoridad y la responsabilidad; se dice que un voluntario de Milgram apareció más tarde en My Lai, Vietnam del Sur, y se negó a disparar.

¿Todavía crees que un experimento no podría cambiar el mundo?

Adaptado de Opening Skinner's Box de Lauren Slater


jueves, 11 de febrero de 2010

Ruido Blanco





"Si no soy yo para mí, ¿Quién será para mí?
Pero si sólo soy yo para mí, ¿qué soy?
Y si no ahora, ¿cuándo? "
Talmud

No nací humano. Me hicieron humano.

Acaso nací solo. Me hice aún más solo.

Peregrino en un laberinto que me puede

Amo y señor del suelo en el que me sostengo.

Por ahora.


En la hora más onírica del alba

Veo mis manos abiertas viéndome a mí

Veo mis ojos en el espejo, si tal cosa es posible

Pero Jamás podré verme como me ves. Desde fuera.

Al menos mientras siga siendo yo.


¿Dejaré de vivir en mí, aún vivo?

¿Se apagará para siempre el ruido blanco tras mis ojos?

Quizás ese día mis manos por fin hablen

Y un lánguido respirar sea mi más elocuente argumento

Hasta que mi soledad, al fin, me salve.



Si algún día ya no soy, pero sigue siendo mi vida

Sin remordimiento, sin conmiseración,

Recuerda que quise ser contigo, antes que ser conmigo.

Tu gravedad siempre me precedió y quizás me sobreviva

Mi soledad te precedió y quizás, te sobreviva.


Ch.D

miércoles, 10 de febrero de 2010

“Me pregunto si valgo la pena…”


" La casa sigue perteneciendo a la familia. Su actual ocupante es una nieta de Skinner, Kristina, que según me informa Julie, su mamá, es agente de compras de Fielene’s. La mesa de la cocina está llena de catálogos de Victoria’s Secret, fotografías en blanco y negro de medias de encaje y aún más viejas fotos de Pavlov y su perro jadeante.

Julie me lleva abajo, al estudio en el que estaba su padre, hace casi diez años, cuando se lo llevaron por última vez al hospital. Abre la puerta.

-Lo he conservado todo exactamente como estaba cuando se lo llevaron-me cuenta, y parecen oírse lágrimas en su voz.

La estancia huele a cerrado. Apoyada contra la pared está la gran caja amarilla en la que sesteaba y oía música. También se ven en las paredes fotografías de Deborah, de Julie de niña, de Hunter, el perro. Hay un libro enorme abierto en la misma página hace años. Las gafas de Skinner están sobre la mesa con las patillas bien plegadas. Las vitaminas están alineadas, son varias cápsulas con forma de balín que no llegó a tomarse el triste día en que se lo llevaron, para enterrarlo poco después, en la última caja, la caja negra de verdad.

Toco las vitaminas. Levanto un vaso aún con residuos de agua evaporada en el borde. Me parece sentir su aliento; huele a vejez, a rareza, al sudor rancio del que piensa, a heces de pájaro, a dulzura. Los archivos están abiertos y leo las etiquetas: "Palomas jugando al ping pong" "Experimento cuna de aire", y luego, en un archivo al final del todo, "¿Soy un humanista?". Tener un archivo con la pregunta crucial así de explícita, sugiere cierta vulnerabilidad.

-¿Puedo leerlo?-pregunto.

-Claro-me dice Julie.

Las dos hablamos en susurros, respetuosas de un pasado conservado. Ella lo saca. La letra de Fred es menuda y desordenada, con muy pocas palabras legibles. Leo "para el hombre bueno..." y después, varias frases más adelante: "por la conservación y la supervivencia, tenemos que...". Hacia el final de la vieja y deteriorada hoja, algo aparece: "Me pregunto si valgo la pena".

Miro a Julie.

-¿Piensa archivar este material oficialmente? -le pregunto- ¿o va a conservarlo así, sin más?

-Mire esto- me dice, señalando una mesilla auxiliar que hay al lado de un sillón reclinable. -Es un trozo de chocolate que estaba comiendo mi padre justo antes de que se lo llevaran al hospital-. Cuando miro, allí está: un trozo de chocolate negro en un plato de porcelana muy blanca, con la marca auténtica de los dientes de B. F. Skinner, casi fosilizada.

-¿Cuántos años lleva ahí?-

-Más de diez, y se conserva bien. Quiero conservar este trozo de chocolate para siempre.

La miro fijamente. Poco después, cuando sale de la habitación, cojo la tableta mordisqueada y la observo detenidamente. Veo con exactitud el lugar donde su boca tocó la punta de la golosina y entonces, accionada por hilos que no veo, como una contingencia que jamás hubiera imaginado posible, o quizás un arrebato de libertad absoluta (aún después de todo esto, no se la respuesta), levanto el brazo -o mi brazo se levanta- y tengo por un instante la visión de que llevo el chocolate a mi boca. Sabría a chocolate rancio, polvoriento, pero con un sabor muy extraño: ligeramente dulce. "

Lauren Slater

martes, 9 de febrero de 2010

¿De veras crees saberlo?


Lo que piensas justo antes de dormir

Lo que buscas en la tele de madrugada

Lo que viste en ella y en ninguna otra

Lo que te despierta justo antes de que lo olvides



¿De veras crees saberlo?

Lo que anhelas la tarde del Lunes

Lo que dice tu cuerpo cuando duele

que la has perdido sin conocerla

que la has conocido, perdiéndola



Creer es ya saber que no es cierto

la reminiscencia de tu mentira primordial

es el polvo que has hurtado del boticario

para seguir siendo, parcialmente.


Pero no te sientas mal

ni acaso ella será excepción a tal verdad

pues no hay vacío que llenar

por un motivo esencial:


...¿De veras quieres saberlo?

Ch.D