
La mañana soleada del 1 de Agosto de 1966, después de haber ultimado a su esposa y a la mujer que le dio a luz, Charles Whitman, de 25 años, se sentó en frente de su vieja máquina de escribir para redactar una nota final. La escribiría en pasado. Lamentaría haber emulado a su abusivo padre, a pesar de sus buenos propósitos. Diría que en verdad quería hacer feliz a Kathy; que su madre era la mejor del mundo. Que preferiría que ellas murieran antes de que conocieran el oprobio de lo que él iba a hacer. Diría que las amaba con todo el corazón. Que si hubiese un cielo, ellas tendrían que estar ahí.
Sin embargo, Había algo más. Un deseo y una filantropía:
"I imagine it appears that I brutally killed both of my loved ones. I was only trying to do a quick thorough job...If my life insurance policy is valid please pay off my debts...donate the rest anonymously to a mental health foundation. Maybe research can prevent further tragedies of this type".
Pidió que a su muerte su cerebro fuera examinado en autopsia, por si había alguna explicación a sus acciones, a sus pensamientos irracionales y a sus dolores de cabeza. Quiso donar el dinero que quedara en sus estados financieros a quien pudiese prevenir que otros tomasen el camino que él había elegido. Después subió a La Torre de Austin, sin más compañía que una radio de pilas y una decena de armas cargadas.
La ulterior autopsia reveló un glioblastoma en el perímetro de la amígdala.
¿Libre albebrío, no?
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