" La casa sigue perteneciendo a la familia. Su actual ocupante es una nieta de Skinner, Kristina, que según me informa Julie, su mamá, es agente de compras de Fielene’s. La mesa de la cocina está llena de catálogos de Victoria’s Secret, fotografías en blanco y negro de medias de encaje y aún más viejas fotos de Pavlov y su perro jadeante.
Julie me lleva abajo, al estudio en el que estaba su padre, hace casi diez años, cuando se lo llevaron por última vez al hospital. Abre la puerta.
-Lo he conservado todo exactamente como estaba cuando se lo llevaron-me cuenta, y parecen oírse lágrimas en su voz.
La estancia huele a cerrado. Apoyada contra la pared está la gran caja amarilla en la que sesteaba y oía música. También se ven en las paredes fotografías de Deborah, de Julie de niña, de Hunter, el perro. Hay un libro enorme abierto en la misma página hace años. Las gafas de Skinner están sobre la mesa con las patillas bien plegadas. Las vitaminas están alineadas, son varias cápsulas con forma de balín que no llegó a tomarse el triste día en que se lo llevaron, para enterrarlo poco después, en la última caja, la caja negra de verdad.
Toco las vitaminas. Levanto un vaso aún con residuos de agua evaporada en el borde. Me parece sentir su aliento; huele a vejez, a rareza, al sudor rancio del que piensa, a heces de pájaro, a dulzura. Los archivos están abiertos y leo las etiquetas: "Palomas jugando al ping pong" "Experimento cuna de aire", y luego, en un archivo al final del todo, "¿Soy un humanista?". Tener un archivo con la pregunta crucial así de explícita, sugiere cierta vulnerabilidad.
-¿Puedo leerlo?-pregunto.
-Claro-me dice Julie.
Las dos hablamos en susurros, respetuosas de un pasado conservado. Ella lo saca. La letra de Fred es menuda y desordenada, con muy pocas palabras legibles. Leo "para el hombre bueno..." y después, varias frases más adelante: "por la conservación y la supervivencia, tenemos que...". Hacia el final de la vieja y deteriorada hoja, algo aparece: "Me pregunto si valgo la pena".
Miro a Julie.
-¿Piensa archivar este material oficialmente? -le pregunto- ¿o va a conservarlo así, sin más?
-Mire esto- me dice, señalando una mesilla auxiliar que hay al lado de un sillón reclinable. -Es un trozo de chocolate que estaba comiendo mi padre justo antes de que se lo llevaran al hospital-. Cuando miro, allí está: un trozo de chocolate negro en un plato de porcelana muy blanca, con la marca auténtica de los dientes de B. F. Skinner, casi fosilizada.
-¿Cuántos años lleva ahí?-
-Más de diez, y se conserva bien. Quiero conservar este trozo de chocolate para siempre.
La miro fijamente. Poco después, cuando sale de la habitación, cojo la tableta mordisqueada y la observo detenidamente. Veo con exactitud el lugar donde su boca tocó la punta de la golosina y entonces, accionada por hilos que no veo, como una contingencia que jamás hubiera imaginado posible, o quizás un arrebato de libertad absoluta (aún después de todo esto, no se la respuesta), levanto el brazo -o mi brazo se levanta- y tengo por un instante la visión de que llevo el chocolate a mi boca. Sabría a chocolate rancio, polvoriento, pero con un sabor muy extraño: ligeramente dulce. "
Lauren Slater
oe y de donde salio est0?
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