viernes, 10 de diciembre de 2010

A Final Safety


There seemed a certainty in degradation, a final safety.
T.E. Lawrence 


En la eternidad de un día
La cara que cada espejo dibuja será indiscernible, continua.
Las murallas del castillo que con frenesí erijo, me rodearán.
Y el Sol ya no será más. Y tendré que suponerlo, añorando antiguas quemaduras.
El férreo carácter que me ufana me sumergirá, hasta donde la presión me disipe.
Allí quizás me ciña la cintura de lo irracional, a lomo de mis sentimientos
sedado por la eternidad del momento.
Arrancado de la arena en la que crecí, sólo para ataviar un florero en el que pronto marchitaré.
Y tendré unas cuantas pérdidas, del todo irrevocables.
Entonces el frío de la noche ya no apaciguará las brasas del día;
Extinguirá mi llama ínfima, incesantemente.
Veré en la tiniebla las manchas de la fiera que me ultima. Sin verla a los ojos jamás.
Duplicaré todo lo que alguna vez creí mío. Quizá, no en vano.
Y ya no habrá tiempo que matar, ni túnel que atravesar. Las lágrimas tomarán un cauce imprevisible.
Y no habrá conjuro escrito en alguna página.
Ni serán éstos temores ni presagios,  pues sólo se teme lo incierto.
Y se aguarda lo inminente.
En un día o una eternidad.


Ch.D.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Hanging Hand


"En ma Fin gît mon Commencement" 

All of us need a destiny
Imposed or chosen (only in appearance)
A future as inevitable as the past
Countless coming and gone days 
that sucks our Sundays
Deflowering every Monday’s morning.

I know I ‘m running towards nothing
A few years ago, since the pain 
wakes me up.
When on my blind delirium echoed
the faint “tic tac” inside of me.
I am not the first to feel more hurt
than that one what have been done
I won't be the first to choose not to suffer 
because of that.

Don’t be fooled; I am not proud of my weakness
But I can salute it like an old bad tenant 
that maybe leaves me alone by next morning
While I am laughing and then thinking; 
Thinking, then laughing.

Because try not to think is the wrong way
Blows up a globe doesn’t make it lighter
Burn it all only entails a new trouble:
What to do whit the ashes?
Risi ut Intelligam

Don´t take anything so seriously
Because you never know what it really be
In spite of you, Instead of me.
I am delirating, but I don’t stop to think
I am hurt but still laughing
I am defeated but not afraid
I won't know what but I want to know how
I am the lonely man with the hanging arm.

Ch. D

sábado, 31 de julio de 2010

















My mistress' eyes are nothing like the sun;

Coral is far more red than her lips' red ;

If snow be white, why then her breasts are dun;

If hairs be wires, black wires grow on her head.

I have seen roses damask, red and white,

But no such roses see I in her cheeks;

And in some perfumes is there more delight

Than in the breath that from my mistress reeks.

I love to hear her speak, yet well I know

That music hath a far more pleasing sound;

I grant I never saw a goddess go;



My mistress, when she walks, treads on the ground:

And yet, by heaven, I think my love as rare

As any she belied with false compare.

Sonet CXXX. Shakespeare

martes, 27 de julio de 2010

Ritter, Tod und Teufel


“Quizás la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas”
J.L.B.
Refiere una tradición que recorre desde el alto Casanare hasta el bajo Apure, que a cualquier durmiente, en medio de un sueño cualquiera, puede manifestársele “El Mandinga”, citándolo a una hora determinada en un paraje para él desconocido hasta ése momento. Si el soñador temerario decide buscar aquél sitio sin contarle a nadie, el maléfico espíritu lo encontrará y lo desafiará en singular carrera en el llano. Con pérfida generosidad, Mandinga le cederá una pequeña ventaja al mortal. Éste deberá correr con todas sus fuerzas cuando un relámpago en la lejanía marque el inicio de la justa; el trueno de ese relámpago será acallado por el rugir de los árboles azotados por el viento y por el viento azotado por el sardónico clamor de Mandinga que se desboca sobre la hierba.
Usted sólo tiene que correr.
Si lo llegase a alcanzar el Genio maligno antes de que se acabe la llanura, él perdonará su vida, a cambio de que regrese cada año a competir en fútiles carreras de revancha que no tendrá la más mínima posibilidad de ganar. Si no aceptara el trato, jamás se le volvería a ver.
Si contra todo pronóstico, usted resulta vencedor sobre Mandinga la primera vez, Él le dará todo lo que a su siniestra potestad le es dado conceder. A cambio de que usted sea el retador cada año sin faltar.
Esto es casi un mito.

Ch.D.

sábado, 17 de julio de 2010

Über Gewißhei

Existen sucesos individualmente casi imposibles, que como conjunto forman una población cierta (o casi). Por citar sólo un ejemplo: yo mismo. ¡Qué raro es que me haya tocado vivir a mí, precisamente a mí, y no a cualquier otro, cuando lo mismo le ocurre a cualquier otro!

Un número cercano al infinito de alternativas casi imposibles hace que, no una de ellas en concreto, sino cualquiera de ellas, se aproxime a la certeza.

Ésa es mi certeza. Y quizás, una sutil esperanza.

jueves, 8 de julio de 2010

Principio de Incertidumbre



Ayer tuve el sueño más raro de todos. Soñé estar en el mundo en el queno existo. Debe ser tanta televisión noctívaga, ya lo sé. Supongo que así se deberían sentir los fantasmas, si existiesen. Poder verlo todo, oírlo todo, sentirlo todo: todo lo que nunca había sido mío. Siendo ignorado por todos, pero esta vez incluyendo la gravedad, el dolor, los espejos, el amor de una madre que en ése mundo no había sido la mía. En mi sueño estaba mi cama, que era usada por alguien a quien nunca vi. Mi mesita de noche, vacía de mis recuerdos y empleada en otros menesteres más impersonales. Estaba el mueble de la biblioteca, con los espacios oscuros que dejaban mis libros ausentes. Busqué por toda la casa las fotografías que desde siempre me avergonzaron ante los invitados de mi madre, y que ella se empeña tanto en mostrar. Con menos alivio que asombro, confirmé que yo no aparecía ya en ninguna de ellas, aunque los demás detalles se conservaran. "Sin mí, el mundo es un mejor lugar", pensé. Pude ver a mi familia cenar en la mesa del comedor, sin que una silla marcara el lugar donde en otro universo solía sentarme. Soñé con todas mis pertenencias en manos de muchas personas, que nunca conoceré…Soñé que ella, que nunca me perteneció, era feliz en brazos de otro. (Eso me hizo sospechar que tal vez no se tratara de un sueño; yo podría ser un actor invitado en un plácido sueño de ella: El de no habernos conocido.)
Salí a a la calle a corroborar que el sol brillaba cuando yo no estaba para verlo. Me dirigí (no sería aquí apropiado el uso de “caminar”) por la verja hasta la alameda de viejos y encumbrados eucaliptos que crecen cerca de mi casa. Seguían allí. Un viento cálido de Agosto se agitaba entre sus hojas de envés turquesa, con un ruido de brasas lejanas que todo lo cuecen. Tal y como yo lo recordaba. Quise entonces poner a prueba  mi imaginación: contar el número de ramas para ver si era mayor que el de árboles, como en el mundo del que provenía. Todo en orden. Me satisifizo haber creado ésa ficción tan lúcida, cuidando minuciosamente el sentido de que cada detalle.
Fue allí cuando desperté. Sentado en mi cama, eché un vistazo a mi alrededor: Mis sábanas exhibían un montón de nuevos pliegues, como si yo los hubiese hecho; el reloj en lo alto de la biblioteca parecía haber seguido su curso durante mi ausencia, la batería del teléfono móvil se había cargado completamente, la mesita de noche había adquirido una suave capa de polvo que no tenía antes de que yo entrecerrara los ojos, mi gata bostezaba y se estiraba justo como si acabase de dormir la más reciente de sus 14 horas de siesta… Todo como si al mundo le fuera totalmente indiferente mi singular periplo. La visita a la Tierra gemela en la que no habito. Como llevado por una vieja compulsión, me dirigí hasta el bosque de eucaliptos y comparé de nuevo el número de ramas y el número de árboles. De pronto, mi satisfacción se convirtió en inquietud : esta vez había más árboles que ramas en el bosque. Incrédulo, repetí la operación. "Los números no pueden mentir; ni aún en sueños"-me dije. Con un rostro más que pasmado, intuí que aquél sueño era imposible, pues, en primer lugar, no podía haber estado en un mundo en el que no “era” de algún modo. Tampoco podía haber despertado en un lugar donde había más ramas que árboles en el mismo bosque. La única alternativa para conservar la cordura era creer que no había despertado aún. Recordé entonces el argumento cartesiano que salva todos los sueños al afirmar que seguimos existiendo aunque estemos en uno de ellos. Pero esto era distinto. El mundo de sueños en el que me encontraba en mi cama soñando se había comportado como si yo hubiese permanecido en él todo el tiempo, mientras yo “estaba” en un mundo en el que ni siquiera había nacido. Sintiendo el denso rumor de una paradoja que se acerca, lo entendí: No se puede “ser” y “estar” al mismo tiempo, con la misma certidumbre; Mientras sueño, deliro o muero, alguien puede ver donde “estoy”, pero no donde “soy”. Por mi parte, siempre tengo la certeza de “ser” en un mundo, ya sea de ensueño o de realidad, pero al alto precio de no poder asegurar donde “estoy”: podría estar tumbado con los ojos abiertos en el bosque de los eucaliptos con la misma probabilidad que tenía de estar tumbado con los ojos cerrados en mi lecho de muerte, soñando. Sentí entonces que me enfrentaba a un antiguo acertijo. Como a Chuang Tzu, Calderón de la Barca y Shakespeare, antes que a mí, la realidad me pareció una atroz analogía del sueño. Pero añadí un nuevo horror, una novedosa urgencia: Tenía que decidir entre “ser sin estar” en mi sueño imposible, o “estar sin ser” en mi cama dormido. Así que respiré hondo, cerré los ojos…y decidí.
Desperté en mi cama, como deben despertar las monedas después de ser lanzadas al viento. Recuerdo haber elegido, pero ya no recuerdo mi elección. Pero si en un sueño imposible pude imaginar un bosque cuyas ramas son más profusas que sus árboles, también pude haber soñado que elegía.
Ch.D.

lunes, 21 de junio de 2010

Quimera



William Blake. The Ghost of a Flea.


Cuando era niño, La Quimera era apenas mencionada. Solo pronunciar su nombre, aún inadvertidamente en una conversación entre paisanos, podía inundarlo todo de un silencio repentino y abisal o hacer que a alguien lo estremeciera un escalofrío desde la última vértebra hasta el primer pelo de la cabeza. Como un forastero que articula una antigua maldición sin saberlo. Como si nadie pudiese decir su nombre sin invocarla de algún modo. La conversación continuaría, como debe continuar todo en una vida que se pueda vivir, pero ahora entre rostros cautelosos, de esos que hacen un esfuerzo por no recordar la gravedad de lo apenas pronunciado.
Al igual que con los otros dioses, todos creían saber cuando La Quimera intervenía en los destinos de los hombres. Pero nadie podía explicar a ciencia cierta sus maneras misteriosas de hacerlo. Ni siquiera nuestros más venerados ancianos y magos. Cada quién consideraba su hipótesis como la mejor. Sabían que aterrorizaba a los hombres desde antes de que existiera la palabra escrita. Sabían que aparecía en los más desolados caminos y en las plazas más concurridas, sorprendiendo a  ricos y pobres, hermosos y deformes, sabios y simples, para concederles la gloria o el oprobio. Nadie podía preciarse de estar a salvo de La Quimera. Se decía que tenía el poder de destrozarnos hasta la muerte o la locura, o hacernos como dioses. Ambos dones recibió de ella Nabucodonosor, Señor de la Tierra entre Ríos, según narraron sus judíos cautivos. Hubo quien saliera en su búsqueda pensando en un amor imposible o en obtener la paz que no encontró con los suyos. Al capricho de la bestia se le atribuía el talento repentino, la calma de las pasiones más encendidas, el poder de hincar las rodillas de los reyes, la contemplación de la inasible beatitud.
Todos se han fabricado una imagen de la La Quimera. Todos la adoran, de un modo u otro. Cada interpretación posible, cada retrato imaginable, ya le había sido fabricado en alguna parte. Gentes de muy lejos relataban su propia versión de La Quimera: cómo vivía en sus propios bosques, cómo sus propios magos no pudieron entender sus designios y cómo sus héroes habían intentado dominarla, apaciguarla o incluso acabar con ella. En nuestro caso, se pensó en que el fuego consumiera los bosques en los que se decía que habitaba, pero eso significaría también el fin de nuestro pueblo. Alguien propuso plantar un jardín de plantas mágicas como los de Edén y Babilonia, para allí emboscarle; después de años de trabajo de cada hombre y mujer, de cuidadosa vigilancia de miríadas de soldados, sólo quedaron riquezas saqueadas como Nínive y trampas vacías como la cueva de Polifemo, acusando a nuestros mejores estrategas. Todo en vano. Eso es lo que todos los pueblos tenemos en común. Eso es lo que nos deja saber que se está hablando de La Quimera, aunque la nombren en lenguas que ya no existen o en voces arcanas que el oído no puede discernir y la boca se resiste a articular.
En mi aldea, atribuíamos el mundo a La Quimera con la credulidad de quien se sabe ignorante; cuando alguien enfermaba de forma que desafiara todo nuestro conocimiento, se decía que debía ser producto de un encuentro con ella; que sólo sus sacerdotes podrían descifrar el signo de su intervención. Esto me intrigó siendo un niño. Parecía que la bestia se entrometía en todos los asuntos de la vida y que todos querían entrever los hilos de su injerencia sobre los asuntos humanos, sin lograrlo. Querían saber dónde habitaba para anticipar sus apariciones. Querían estar seguros de que un día cesaría el azar de sus abominaciones y portentos. Mientras acarreaba para mi madre vino tracio y trigo del Nilo en el mercado, un anciano mendicante quiso predicar a voz en cuello que la diosa Lluvia tenía el poder de conjurar a La Quimera. Pero los niños se encargaron de acallarlo con risas y piedras injuriosas. Un terror mayor me invadió cuando supe que turbas enardecidas encerraron, interrogaron y hasta incineraron a muchos, sólo sospechosos de haberse encontrado con La Quimera y de no poder dar razón de su aspecto o del sitio en el que habitaba. Todo en vano, incluso vidas.
Por razones que me son desconocidas, todos concuerdan desde siempre en una cosa: darle un nombre de mujer. Incluso más allá de mi aldea, donde se dice que habitan los hombres dignos sin dios y los dioses verdaderos que los hombres no son dignos de adorar. En todo lo demás, las interpretaciones difieren. Algunos decían que La Quimera no era una monstruosidad hecha de sangre y vísceras, sino de un espeso y rancio vaho inasible. “Espiritual” dirían los más propensos al delirio que produce el temor. “Espiritual” como el humor de los cadáveres exhumados.
Un bardo quiso embellecer aquél icono al decir que la bestia estaba hecha de la misma materia de la que se tejen los sueños. Que ya no vivía en las montañas, sino en un reino que no tiene tiempo ni lugar y que desde allí, omnisciente, domina los destinos de los hombres. La cuarta de las moiras, a las que el propio Zeus temía tanto, que concedió los mayores honores. Poco se sabe de la genealogía de la Quimera, pero algunos declaran que proviene de la sombría estirpe de Cronos, devorador de sus divinos hijos. Otros aseguran que fue creada por la primera palabra del primer hombre. Que de vez en cuando toma posesión de algún ungido e infortunado sacerdote en un éxtasis como el de Pitia de Delfos. Que al igual que su hija, la tebana Esfinge, La Quimera encierra un enigma mortal sobre el hombre que nadie puede descifrar si aspira a seguir con vida. ¿Son vanas tantas vidas de héroes e incautos, igualmente ofrecidas a La Quimera que tomadas por ella? Me cuesta creerlo así. Algunos ascetas desperdigados, acusados de ser idólatras de la bestia –culpa mortal en ciertas naciones del Este-, aseguran que no hay ofrenda más noble y valiente para apaciguar a La Quimera que dedicar la vida a su búsqueda, la cual sólo puede terminar en la aridez de la muerte o en la degradación de la demencia. Según esta herética doctrina, la bestia es una maldición similar a la que el Oráculo de Delfos recomendó a los atenienses rendir tributo: alimentar al voraz Asterión, hijo de Minos y juez de todas las almas. El mismo Oráculo cuyo frontispicio desafiaba a quien lo leyera a ir en busca de La Quimera.
Ardides menos basados en la desesperación que en la soberbia se han intentado contra La Quimera. El culto oficial del imperio, temiendo que la curiosidad por la bestia alejara a los devotos de los deberes piadosos, quiso subyugarla a su panteón. Supeditarla a un nuevo Todopoderoso con nombre masculino. Afirmaron poder capturar y diseccionar a la criatura y decir todo lo que podía saberse sobre ella. Todo lo que debía saberse. No lo consiguieron, a pesar de ungirse y enajenarse en fatuas ceremonias de caza. Al fin, el fuego en el mundo postrero y el tormento en este éste mantuvieron la curiosidad a raya. Aun así, creyentes y heresiarcas por igual no pudieron evitar desafiar esas doctrinas, sin pretenderlo. Es fama que uno de los atributos de La Quimera es sublevarse siempre contra aquellos que pretenden conjurarla. Como si lo supiera todo de antemano. Es lo que la distingue de los demás seres de tierras incógnitas. Inútilmente, sabios versados en todo lo que les es dado saber trataron de encontrar el rastro de los hilos invisibles de la criatura en los despojos de sus víctimas humanas. Más ofuscados que fatigados, los anatomistas negaron que se pudiese conocer la bestia, como se conocían las estrellas o los mares. El culto del imperio prefirió entonces inventar demonios invisibles que cabalgaran sobre La Quimera, fustigándola, que atribuir únicamente a ella la agobiante urdimbre de la condición humana."Era una deidad demasiado peligrosa", decían los susurros de lujosos palacios monacales. 
Después de siglos de adoración a los demiurgos y a su alegada potestad sobre la bestia, y de desenfreno moral de un clero frustrado por sus resultados, muchos heresiarcas postularon que La Quimera era sólo una criatura perfectamente mecanizada, tan infame como el toro de Falaris de Acragas, tan divina como el fuego de Hierón de Alejandría. Creada por el dios de todo lo que alguna vez haya estado vivo. El dios al que carece de todo sentido adorar. No obstante, los nuevos apóstatas quisieron establecer para ella un nuevo sacerdocio. Pero no carecían de competencia. Aparecieron los cabalistas de la quimera, que nunca lograron predecir su próximo signo, ni calculando el sendero de los astros en el cielo, ni registrando meticulosamente las desecadas entrañas de animales puros. Otra casta de sacerdotes, antes iniciados en las artes de la curación, quisieron ceñir el culto de la bestia a sus antiguos ritos, con la venia de regentes poderosos. Surgieron entonces aquellos que quisieron reservar el nombre de La Quimera para su titulo ministerial: “la secta quimérica”. Los primeros miembros de esta nueva secta intentaron en vano crear un nuevo lenguaje arcano para referirse al ser montaraz, pero fue inútil. Las generaciones ya habían dejado en cada lengua sus propios conjuros irrevocables. Inútiles y redundantes, como todo esfuerzo humano. Los sectarios quiméricos abogaban por preservar la herencia de los primeros maestros herméticos de la Hélade. O su dudosa interpretación de ella.  
En la infancia de la secta, cuando el vulgo creía que alguien había enfermado a causa de un encuentro con La Quimera, prefirió encomendarse a la autoridad del viejo boticario que a la del nuevo sectario palabrero. Aún hoy lo prefiere. No obstante, los quiméricos lograron hacerse de algún poder y del favor de unos cuantos príncipes. Oficiaron sus ritos en guerras y academias. Quisieron medirle antes que conocerle y trazar las líneas de sus inconcebibles rostros en geométricos movimientos de arábigas cifras. Mientras que en todos los rincones del Imperio seguían proliferando las víctimas de la Quimera, ni aún quienes habían sido instruidos en el lenguaje de la secta podían describirla cuando la veían, o distinguirla fielmente en un paraje tupido o desolado. Mucho menos darle captura. Las corrosivas diatribas intestinas no se hicieron esperar. La Secta nunca pudo cumplir su promesa de explicar -y mucho menos de conjurar - los prodigios y catástrofes causados por La Quimera. Como todos antes que ella, la secta falló en su declarado propósito de hacerla suya. Ni viva ni muerta. Esto no menoscabó la pretensión de tantos otros de seguir proclamándose oráculos de La Quimera, ordenándose para tal fin por medio de los más diversos ritos. Invocando todo lo que pudiese invocarse encima y debajo de la tierra. Se multiplicaron los rostros de la Quimera casi hasta el Infinito (otro monstruo sobrecogedor, quizá de la misma sangre que Quimera) y quisieron adorar cada uno de tales rostros en un templo y un culto distinto, con la esperanza de que alguno fuese el verdadero. Sospecho que con la frágil esperanza de confundir a la propia Quimera. 
De un frenético modo, hordas sucesivas de catecismos de la Secta Quimérica fueron declarados e hipostasiados. Los versados en ciencias de los astros, las edificaciones, la agrimensura, las generaciones y los números, abordaron el “problema Quimera-Hombre” (así fue llamado), desafiando el argot vacío de la secta quimérica y mirando a sus enemistados sacerdotes con conmiseración. El afán de curar los estragos atribuidos a La Quimera, que crecían con la población, hizo que las gentes acudieran a casi todo aquél que en un arrebato delirante afirmara tener poder sobre ella. Ante las demandantes miserias, cada linaje de sacerdotes hizo su rito más y más hermético, destiló su lenguaje de voces ajenas, vio con desconfianza a los demás consagrados, como si eso fuese prenda de su divino encargo. Arreciaron los epónimos que encubrían acusaciones de timo o charlatanería. Los oráculos se contradecían entre sí y se negaban a ser examinados, enfurecidos de ser puestos en duda por fieles de otros cultos, temerosos del oprobio. Ni siquiera los príncipes más despóticos de sucesivas dinastías fueron capaces de imponer sin vacilaciones el encargo del culto quimérico a una única casta sacerdotal. Al borde de la exasperación, patriarcas de varios ritos declararon de una vez y para siempre que La Quimera nunca ha existido, que ha sido una fantasía opresora creada por la ambición sacerdotal de crear riqueza con las penurias de sus congéneres. Una ambición menos vil de lo que parece. Pero esta fijación política implicaba descalificar también las miríadas de encuentros registrados cada día con alguno de los incontables rostros de la bestia, cuyas secuelas aun hoy hacen vacilar a los más célebres y diestros médicos y sanadores. A pesar de tantas disputas intelectuales y viscerales, nadie en su fuero creyó estar seguro de la falsedad de alguna interpretación que otro hiciera de La Quimera, porque ella era igual de desconocida para todos. A la sombra de mil imperios destrozados, ya nadie se atrevía a reclamar para sí la absoluta potestad sobre La Quimera.

En mi aldea, el culto a la quimera finalmente fue dado por los ancianos como privilegio a las mujeres. Quizás pensaron que su candidez y tacto naturales con las criaturas de brazos servirían para apaciguar a semejante criatura. Dudo de ésa buena intención. Quizás los siglos de frustración terminaron por hacer tal oficio menos honroso a los ojos de los patriarcas. Como en los milenios que la escritura no pudo registrar, La Quimera sigue siendo una densa niebla que se cierne sobre las cabezas de todos, mientras las carcome lentamente. Como en tantos otros poblados, credos y santuarios, los sacerdotes y sacerdotisas han consolado su frustración  por ignorar la fuente del poder de La Quimera con los privilegios de la casta en la que se han convertido. Aunque sus poderes para apaciguar a la criatura o ganar su favor no sean mayores que los que afirman tener los curanderos griegos, los timadores de Rom, los magos de Persia, los hechiceros de Faraón, los actores del Teatro o los cantadores de las Bacanales. Con más prestigio que el resto, con el mismo poder que todos. Así son las cosas. Así es como nuestro pueblo ha decidido jerarquizar y reverenciar su incertidumbre. No los culpo. Un viejo griego dijo que el primer paso para vencer la ignorancia es saberse ignorante. No es el mejor de los consejos tratándose de nuestra bestia. No todas las ignorancias son iguales. Tal vez haya cosas que todos los hombres, por naturaleza, no quieran saber. Como ya he advertido con premeditada reiteración, es dogma que la locura y la nada son el único destino posible de quienes se toman en serio la misión de desentrañar los enigmas de La Quimera y no descansar hasta lograrlo. Es el precio que pagó Dédalo por haber ideado el laberinto. El de Narciso por mirarse a sí mismo en la fuente. No les espera otro descanso que el que a todos nos otorgan las arenas del tiempo. Caronte aguarda sus monedas. Nadie en sus cabales se tomaría ya en serio tal misión; ni siquiera sus sacerdotes.
Aún hay quien predice el advenimiento de El Gran Profeta de La Quimera. La única imposibilidad es que, según la doctrina establecida, tendría que ser enviado por ella misma. Como Pitón, que también es Uroboros, mordiendo su cola en las piedras talladas del Indostán.

Sólo hasta que fui ungido en el rito de La Quimera lo entendí: sus rostros son potencialmente infinitos, porque se reflejan en los rostros de sus sacerdotes. Quimera existe y es sus sacerdotes. Hemos acordado concedernos temernos solo a nosotros mismos. Si todos somos Quimera, nada más lo ha sido, nada más lo será. Eso no la hace menos real. Ahora comprendo a aquél desposeído místico y su visión: quien vence a La Quimera es de quien se puede predicar que “llueve”: Nadie. Quiero pensar que mis cofrades lo saben pero no soportarían ver el rostro de una incertidumbre que no cesa con la experiencia o los tratados. Quimera es el intento de conjurar la angustia de nunca haber visto su faz y la certeza de sentir sus efectos. Su último rostro es el rito de decirnos entre nosotros que no somos tan cruelmente ignorantes; que el ungirnos unos a otros por un rito singular nos confiere parte de su poder. Que si ponemos en papiros todo lo que creemos saber sobre ella, esos símbolos se convertirán en sortilegios poderosos. Sé que yo ignoro tantas cosas de Quimera como ellos. No me culpo. Pero no todas las ignorancias son iguales. Hubiese querido conocer las que hay allende los mares. Se dice que las visiones de Quimera son tan incontables como hombres, lenguas, ríos, ciudades y montañas hay en la Tierra. Que ningún mortal podría aspirar a catalogar todos sus rostros. Que sus sacerdotes somos ciegos que han tocado una bestia tan repulsivamente impensable, que secretamente hemos acordado creer que percibimos algo que podemos nombrar: hemos creado a Quimera. Tal vez sea como un genio de oriente, en el que un hombre no puede dejar de pensar una vez ha visto. O quizás la he visto fugazmente y la he olvidado, como se olvidan los sueños más vívidos de placer y los más hastiados de horror (¿Soñará La Quimera con otras quimeras?).
Con la clarividencia que sólo trae la enfermedad, prefiguro en el espejo de mi celda al monstruo que pronto ya no veré. Ahora sé que uno de los rostros de Quimera morirá conmigo. Quizá no el más bello, quizá no el más abominable. Pero cuando ése rostro muera, como los de la aciaga Hidra, los demás proliferarán.
Ch. D.

jueves, 20 de mayo de 2010

Sense



"...Y en definitiva, ¿qué? En definitiva, nada. Todo, por el momento. Y después de todo, ¿qué? Después de todo, nada...

¿He mirado dos veces el ingente universo?
¿He encarado mis problemas sin buscar consuelos ilusorios, sin despreciar los más ciertos?
¿He gozado de la vida en tanto que de mí dependía y sólo el destino implacable ha marcado los límites de mi felicidad?
¿He aceptado el destino y la muerte sin doblegarme ante los ídolos?¿He templado la cultura de los que me precedieron en el fuego de la razón, fraguando un instrumento dúctil para la consecución de mis fines?
¿Han sido mis fines más anchos que mi vida, han logrado filtrarse entre las arenas del tiempo?

Nada morirá, sin haber vivido su única vida posible. Si puedo asentir en paz, Este es el sentido que habré dado a mi vida sin sentido.

martes, 18 de mayo de 2010

"Hay que Vivir, Hay que Creer"



¿Cómo se enfrenta uno a su propia muerte? A veces pienso que la barrera hematoencefálica es algo más que física; también es emocional. Quizá en nuestra mente existe un mecanismo de protección que nos impide aceptar sin más nuestra mortalidad, a menos que tengamos que hacerlo por necesidad.

La noche antes de la operación pensé en la muerte. Examiné mis valores principales y me pregunté si, en caso de morir, quería hacerlo luchando con uñas y dientes o resignándome en paz. ¿Qué tipo de carácter quería demostrar? ¿A quién? ¿Estaba contento conmigo mismo y con lo que había hecho con mi vida hasta el momento? Decidí que, en esencia, era una buena persona, aunque también podría haber sido mejor; pero, al mismo tiempo, era consciente de que eso al cáncer le daba igual.

Me pregunté en qué creía. Nunca había rezado mucho. Mis esperanzas y deseos eran intensos, pero no oraba. Mientras crecía había desarrollado cierta desconfianza por las religiones organizadas, pero me sentí con capacidad para tener inquietudes espirituales y creencias. Dicho en términos sencillos, creía que tenía la responsabilidad de ser una buena persona, y eso implicaba justicia, honestidad, trabajo duro y honorabilidad. Si lo conseguía, si era bueno con mi familia, fiel a mis amigos, si devolvía algo a mi comunidad o a alguna causa justa, si no mentía, estafaba o robaba, creía que eso bastaría. Al final de mi camino, si en realidad había Alguien allí, alguna presencia que me fuera a juzgar, esperaba que se basara en si había llevado una vida auténtica, no en si creía en determinado libro o en si había sido bautizado. Si en realidad, al final de mis días, había un Dios, esperaba que no me dijera: "¡Pero si no eras cristiano! ¡Nada de entrar al cielo!". Si era así, le contestaría: "¿Sabes qué pienso? Que estás en lo cierto..."

También creía en los médicos, en los tratamientos y la cirugía. Creía en todo eso, creía en ellos. Pensaba en el doctor Einhorn...Él sí que era una persona en la que creer, una persona con una mente capaz de haber desarrollado un tratamiento experimental veinte años antes, un tratamiento que ahora podía salvarme la vida. Creía en el valor seguro de sus investigaciones.

Aparte de eso, no tenía ni idea de dónde trazar la línea que separara la ciencia de las creencias religiosas, pero sí estaba seguro de algo: creía en la fe por el valor que ésta tenía en sí misma. Había que creer en medio de la desesperación más absoluta, a pesar de las evidencias en nuestra contra, ignorando las catástrofes aparentes...¿Qué otra opción había? Me di cuenta de que es algo que hacemos cada día. Somos mucho más fuertes de lo que imaginamos, y la capacidad de creer es una de las características más valientes y perdurables del ser humano. Creer, cuando a pesar de todo sabemos que nada puede resolver la brevedad de la vida, que no existe cura para nuestra mortalidad esencial, ahí reside una forma de valentía.

Decidí que seguir creyendo en uno mismo, en los médicos, en el tratamiento, creer en cualquier cosa en que eligiese creer, era lo más importante de todo. Tenía que serlo. Sin fe no nos quedaría nada excepto la sensación cotidiana de un destino aplastante. Y eso derrota a cualquiera. Hasta que tuve cáncer no aprecié del todo cómo luchamos cada día contra los momentos malos de la vida, cómo combatimos día a día contra el oleaje de lo inevitable. El desaliento y la decepción: ésos eran los verdaderos peligros de la vida, no una enfermedad inesperada ni un catastrófico día del juicio final. Ya sabía por qué otras personas temían el cáncer: porque es una muerte lenta e inevitable, porque es la mismísima definición del cinismo y la pérdida de toda fe.

De modo que creí...

Lance Armstrong

lunes, 19 de abril de 2010

Credo ut Intelligam



"I am not a modest man, but I do know my great weaknesses amidst one lucky strenght. I am not innumerate, but how I wish for the mathematical creativity...that drives so many scientists to fine accomplishment. I am not illogical, but now I yearn for the awesome ability I note in many colleagues to identify, develop, and test the linear implications of an argument."

Stephen Jay Gould

miércoles, 31 de marzo de 2010

Cinco Brahmanes



A C, M, J y O

En cierto pueblo había cinco brahmanes que eran amigos. Cuatro habían alcanzado el confín de cuanto los hombres pueden saber. El otro desdeñaba el saber; sólo tenía cordura. Un día se reunieron. "¿De qué sirve la sabiduría -dijeron- si no viajamos, si no logramos el favor de los reyes, si no ganamos dinero? Ante todo, viajaremos".
Pero cuando ya habían recorrido un trecho, dijo el mayor:

-Uno de nosotros, es un simple, que no tiene más que cordura. Sin el saber, con mera cordura, nadie obtiene el favor de los reyes. Por consiguiente, no compartiremos con él nuestras ganancias. !Que se vuelva a su casa!-

El segundo dijo:

-Mi inteligente amigo, tú careces de sabiduría. Vuelve a tu casa.-

El tercero dijo:

-Esta no es manera de proceder. Desde niños hemos jugado juntos. Vengan, nobles amigos, todos tendremos parte en las ganancias.-

Siguieron su camino y en un bosque hallaron los huesos de un tigre. El cuarto de ellos dijo:

-Buena ocasión para ejercitar nuestros conocimientos. Aquí hay un animal muerto.¡Resucitémoslo!

El primero dijo:
-Sé componer un esqueleto

El segundo dijo:
-Puedo crear la piel y la carne.

El tercero dijo:
-Puedo crear la sangre.

El cuarto dijo:
-Sé darle vida-

El primero compuso el esqueleto, el segundo creó la piel y la carne. El tercero, la sangre. El cuarto se disponía a infundirle vida, cuando el quinto hombre osbervó:

- Es un tigre. Si lo resucitan, podría destrozarnos a todos.

-Tu eres el hombre simple-dijo el otro.

-En tal caso, no seré yo el que frustre la labor de la sabiduría -respondió el hombre cuerdo- pero aguarda a que me suba a este árbol.-

Panchatantra (200 A.C.)

martes, 23 de marzo de 2010

Crooked finger


"Es absurdo creer que el dolor constante que nos aflige
vino por casualidad.
Todo lo contrario.
La miseria es la norma, no la excepción.
¿A quién puedo culpar por nuestra existencia?
No al accidente del sol, que nos dio vida.
Me acuso a mí mismo, ya que no creo en dios
ni en eternidad.
Si creyera, me engañaría con que la vida promete
un postre paradisíaco luego de un plato indigerible.
Nunca pude aceptar la errada concepción de que todo un día será mejor.
Nada será mejor.
Para mejor o para peor, todo será diferente."

sábado, 20 de marzo de 2010

Self-reference



" Un hombre, en la vigilia, piensa bien de otro y confía en él plenamente, pero lo inquietan sueños en que este amigo obra como enemigo mortal. Se revela, al fin, que el carácter soñado era el verdadero. La explicación sería la percepción intuitiva de la verdad.

En medio de una multitud, imaginar a un hombre cuyo destino y cuya vida están en poder de otro, como si los dos estuvieran en un desierto.

Un hombre de férrea voluntad ordena a otro, moralmente sujeto a él, la ejecución de un acto. El que ordena muere y el otro, hasta el fin de sus días, sigue ejecutando aquél acto.

Un hombre rico deja en su testamento su casa a una pareja pobre. Ésta se muda allí; encuentran un sirviente sombrío que el testamento les prohíbe expulsar. El sirviente los atormenta; se descubre, al fin, que es el hombre que les ha legado la casa.

Dos personas esperan en la calle un acontecimiento y la aparición de los principales actores. El acontecimiento ya está ocurriendo y ellos son los actores.

Que un hombre escriba un cuento y compruebe que éste se desarrolla contra sus intenciones; que los personajes no obren como el quería; que ocurran hechos no previstos por él y que se acerque a una catástrofe, que él trate, en vano, de eludir. Este relato podría prefigurar su propio destino y uno de los personajes sería él. "

Nathaniel Hawthorne. Notebooks

martes, 16 de marzo de 2010

Verbum





"Postergar" sería el verbo que usaría

Si alguna vez me detuviera, sólo por un momento,

A ver lo que arrojo al negro abismo del tiempo

mientras vindico desnudos simulacros de poesía.


"Esperar" sería el verbo correcto

Si el "creer" y el "amar" no estuviesen en la espera

Si acaso la promesa secreta de un júbilo futuro fuera

La certeza vívida de un presente abyecto.


"Vivir" sería el verbo definitivo

Si al menos pudiese decir que estoy tan vivo

como la silente roca, dura como el azar,

a la que cada día de mi vida acudo a tropezar.


"Sublimar" sería un verbo consolador

Si por una vez el profuso Freud razón tuviera

Si de mis palabras algo ínfimo sobreviviera

algo que no fuese deseo y despojo de crisol.


"Soñar" sería un último recurso

Si solamente cada sueño fuese tanto o más absurdo

como cada escaramuza que contra el destino urdo

como el febril salmón ante el gran río: en contra de su curso.



Se me agotan los verbos aún antes que los versos

denegados y destrozados por un jurado inclemente

y antes de que el oprobio me haga impenitente

clamo en voz trémula, como desahuciado converso:


- Quizá el prohibido "amar" sea la fatal alternativa

Si eso fuese más que sonreírte, mientras horadas mi herida-.


Ch.D.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Death Be No Proud




In Memoriam of All of Us

DEATH be not proud, though some have called thee

Mighty and dreadfull, for, thou art not so,

For, those, whom thou think'st, thou dost overthrow,

Die not, poore death, nor yet canst thou kill me.

From rest and sleepe, which but thy pictures bee,

Much pleasure, then from thee, much more must flow,

Much pleasure, then from thee, much more must flow,

And soonest our best men with thee doe goe,

Rest of their bones, and soules deliverie.

Thou art slave to Fate, Chance, kings, and desperate men,

And dost with poyson, warre, and sicknesse dwell,

And poppie, or charmes can make us sleepee as well,

And better then thy stroake; why swell'st thou then;

One short sleepe past, wee wake and wee hold eternally,

And death shall be no more; death, thou shalt die.

John Donne